Límpido. Seguro. Con la altivez que nace de saberse del lado correcto de la vida, construyendo la historia no por protagonista sino por servidor, como si fuera obrero, como si fuera uno más de la gran maquinaria que es una nación como Cuba, un proyecto de sociedad de utopías realizables, llegó el Presidente a Camagüey.
Pulcro en los ademanes, en la mirada, en la palabra. Díaz-Canel caminó el territorio como familia en casa; con serenidad y con el oído presto.
Desde el 19 de abril dejó de ser noticia que las personas lo esperan en la calle, que las esquinas son punto de concentración, y se discute- incluso se sabe- su agenda; que la gente le habla llanamente… y en la mano tendida, el nombre coreado, o el abrazo robado va el apoyo sincero y la confianza… pero al menos, en esta tierra tropical, el amor siempre es noticiable.
A estas horas tampoco es noticia el cronograma de trabajo que llevó a una provincia del país a una gran parte de su Gobierno, en ese ejercicio hermoso de cercanías, de igualdades y de proximidad que avalan el poder del pueblo.
En este instante, en medio de la resaca de trabajo, de la “normalidad” después de dos días de largas informaciones me quedo con el saludo, a través de un cristal, de mi Presidente a los trabajadores de la sala de neonatología del hospital Manuel Piti Fajardo en Florida, con su sonrisa honesta. Me guardo su paso firme hacia la gente, hacia el mar de gente que lo engulle y lo protege y lo aplaude y lo aúpa, y lo conmina “siga trabajando así” como dulce “orden”.
Me quedo con el hombre que, rinde homenaje al Héroe, que escucha callado, con las manos al mentón, que habla de utilidades, de inventarios, de precios, y de vidas con la misma seriedad con la que llama al robo por su nombre; que alerta y señala como caballero, sin quitarle dureza al hecho pero con respeto al otro; que mantiene su visita bajo la lluvia y comparte el chubasco intenso con los presentes.
El mismo dirigente que disfruta hablar de tecnologías, de internet, que no solo entiende sino apoya la gobernanza desde los bytes, y que promueve la transparencia de todas sus instituciones, y lo dice y lo hace con argumentos (no hay nada que emocione más que una idea sólida); él, que amante de la internet, indaga por aplicaciones móviles y no rehúye al contacto directo, y pregunta a los estudiantes por sus laboratorios, a los clientes de las unidades gastronómicas por la calidad de los servicios que reciben.
Me quedo con el hombre de la foto, que detuvo su plan de mandatario por tres minutos de conversación, dos preguntas y una declaración; que puso su mano en mi hombro, no la posó, porque la instantánea era un recuerdo para los dos: para mí de quien lleva encima el peso de tres hombres en uno y que soporta por su valía y su fidelidad admirable, para él, del futuro, de la construcción colectiva… de la confianza, que en este país es siempre un hecho noticiable.