Mi abuela guardaba con celo un par de pendientes con una acerina negra. Más de 30 años después de que se fuera, mi mamá y mi tía decidieron repartir el botín y guardar cada una por separado una piedra; como cuando se oculta el mapa de un tesoro.
Después, después llegué yo con ganas inmensas de apropiarme de mi familia. Mi papi me lo hizo fácil, me abrió su corazón de padre y me coronó hija dos veces. Él nunca dejó que me faltara mi abuela.
Refinó mi carácter a su gusto, aplaudió mi temperamento “Loredo-Alamar”, me señaló todos los parecidos físicos y me contó una y mil veces las historias de su amor.
Otro día me faltó él también. Y yo, que olvidé mi fe, me quedé sin credo. Para ese momento ya una de las acerinas, la de mi ma, estaba en un anillo.
Entonces, utilicé mis influencias de Reina coronada dos veces y reclamé mis derechos sobre la otra piedra, más bien chantajeé a mi tía con mi necesidad de tener algo de Ella, de mi madre-abuela.
Concedido mi deseo, hecha anillo también, la llevo siempre conmigo, como amuleto y compañía. Cuando un amigo celebra mi piedra negra no escondo el orgullo que se me sale en la mirada, el amor de abuelos tiene la gracia de ser en extremo bello.