Una vez más Santiago calentó a Cuba entera.
De verde olivo se tiñó la mañana y niños-hombres-héroes parieron con el empuje de sus brazos y el escudo de su pecho la fuerza arrolladora de los que se quieren libres.
El tirano hizo fortalezas y levantó muros de terror con sus armas pero olvidó que el hijo del mambí habitaba el Oriente y la aparente tranquilidad no iba a durar mucho.
Un irreverente joven, que se había hecho revolucionario en la universidad, puso la primera piedra en la definitiva lucha; ahora los jóvenes tomarían por sus manos el pulso de la Patria y la levantantarían, de una vez y por todas, en sus hombros.
Tras ese sueño fueron el 30 de noviembre, y aunque se escapó de las manos, el tirano no durmió desde entonces porque el pueblo lo había sentenciado: ya nunca más.