Por primera vez en mi vida quedé muda desde adentro. A duras penas el corazón pudo latir, y por intervalos parecía un corcel en plena carrera. Otras veces me negué a ir. Quise hacer de cuenta que este lugar no existía, que tú no estabas ahí en restos cuando tan humanamente te veo todos los días.
La fuerza de la amistad me llevó a Santa Clara; la una, Leydi- la botellera- por el abrazo en vivo que nos debíamos desde tiempo atrás, la otra, Yuya, por una compañera de sentimientos iguales hacia ti, por la mano que aguantaría la otra cuando las piernas flaquearan al entrar al Memorial.
No supe cómo bajé de la guagua y cómo llegué ante la gigantezca estatua que el pueblo santaclareño te eriguiera en señal de eterno amor con la entrega de sus posesiones en bronce.
Te descubrí Tete, con notas amorosas con faltas de ortografía; Ernesto, tras los sueños de justicia americana que siempre llevaste contigo; Che, en esta Cuba nuestra; Guerrillero del mundo, en el Congo.
Cuando la puerta se abrió quedé clavada en el suelo, entré porque el grupo de personas que me rodeaban me halaron. Los gladiolos que custodiaban los nichos me hicieron pensar en mi abuela Luisa.
Una luz estrellada guió mis ojos hasta ti y no aguanté más. Las lágrimas corrieron, los brazos se me engarrotaron al cuerpo; las ganas de abrazarte, de sacarte de ahí, de probar que era imposible que esa piedra retuviera tu inmenso ser, tu coraje de varón, ahogaron mi voz y cortaron mi aliento.
Parada ahí, vi a hombres persignarse ante ti, a otros besar la piedra, a todos escuché un suspiro doloroso… y yo seguía ahí, llorando. Quise secar mis ojos, para no asustar a Leydi, que se paró a mi lado y calladamente me acompañó- al final Yury se alejó porque sabía que juntas sollosaríamos por horas.
Solas nos quedamos Leydi y yo. Todos se habían marchado y yo seguía mirándote, llorando por mí y por mi madre, que fue la primera que me enseñó a amarte. Empecé a caminar y busqué entre todos los rostros de tus guerrilleros a Tania, que mucha fuerza tenía, y le pedí bajito que te cuidara.
Me fuí con el corazón herido, con un dolor enorme por Papi, que tanto te admiró, por mi ma, y por mí, que tanto me había negado tu muerte.
Unos minutos después, ya sin la vista nublada, me sentí más segura que nunca: matarte es imposible, Guevara. El pueblo nunca muere, los sueños, nunca mueren, los Héroes…. habitan del lado izquierdo del pecho de quienes les seguimos viviendo.
Pingback: Para envidia de Tunie | La Mariposa Cubana
Conmovedor, Carmen Luisa. Me copnmovió verte llorara aquel día, y leerte hoy. Muchacha, que de verdad te quedaste hasta el final, y recordando a la Nube… verdad que las mariposas saben ser muy buenas amigas, confidentes, y queribles. Un abrazo, otro.
Gracias Ley, un abrazo y una mariposa para ti. Sabes, fuiste muy importante para mí en el Memorial, fuiste parte de mi fuerza. Te quiero universos.
ay, pero me quieres hacer llorar hoy de todas formas! bueno, mientras sean lágrimas de alegría! te quiero tamb. Un abrazo!
«Oto gande», como dice mi Karlita, que por cierto agarro rápido la cuquita y no suelta para nada, la mira y la mira y se ríe, gracias
Pingback: Santa Clara | La Mariposa Cubana
impresiona el mausoleo, verdad?… cuando fui con marian, la del pedacito de mar, casi que salió corriendo de allí dentro… se impresionó mucho!…
Impresiona muchísimo. Yo lloré a mares, además el Che, es uno de mis pilares personales, lo admiro y lo respeto mucho, así que fue un poco, bastante, impactante. La próxima vez iremos juntos, lo prometo.
Pingback: Ernesto | La mariposa cubana